TROMPE-L’OEIL
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TROMPE-L’OEIL

Curada por Vittorio Parisi
Gallery Weekend Ciudad de México
10 de noviembre – 9 de diciembre, 2017

TROMPE-L’OEIL
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[…] una abstracción que no retiene más que la esencia

Yves Bonnefoy

 

En un ensayo de 1953 titulado Les tombeaux de Ravenne (Las tumbas de Rávena), el recientemente fallecido poeta y ensayista francés, utiliza estas palabras para definir lo que es un ornamento, y lo compara con el concepto, en lugar del objeto. Podemos parafrasear las palabras de Bonnefoy diciendo que el ornamento tiene el poder particular de exhibir la esencia de un objeto mediante la abstracción.  

 

Este entendimiento del ornamento parece ajustarse perfectamente a lo que Agostino Iacurci está haciendo en este cuerpo de trabajo inédito, que en muchos aspectos representa un parteaguas en su producción: una exploración de ornamentos locales a través de la pintura y escultura. Pero demos un paso hacia atrás por un momento, a nuestra preocupación inicial: el ornamento como una especie de “herramienta ontológica” abstracta, una manera de revelar la esencia de un objeto específico. ¿No es este, en efecto, el propósito del arte tout-court? El acto de reproducir o representar un objeto – en un sentido general: un objeto físico, espiritual; una idea, un fenómeno, una emoción… – a través de una obra de arte ha sido siempre un ejercicio de abstracción.

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Los ornamentos son, sin duda, obras de arte. Sin embargo, por mucho tiempo el mundo occidental ha marcado una importante distinción entre el fino y el decorativo – siendo poco generoso con éste último – una distinción que en su mayoría yace en una vocación específica de todos los ornamentos: su adjunctividad, es decir, ser otro que la obra de arte pero al mismo tiempo estar vinculada a ella. Estar adjunto también significa tener algún tipo de función: a diferencia de una obra de arte, un ornamento nunca existe por un fin propio o una causa “profunda” o “noble”, sino que está destinado a embellecer algo más (como un capitel a la columna), o para agregar valor (como un marco a una pintura).

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Jacques Derrida toma prestada de Immanuel Kant la palabra griega parergon como sinónimo de ornamento, pero también y particularmente, para describir la proporción existente entre éste y el ergon, la obra de arte propiamente dicha. Hay algo inquietante acerca del parergon: es un accesorio del ergon, pero al mismo tiempo, no podemos tener la certeza de que el parergon sea completamente externo al ergon; es parte del ergon y a la vez es marginal a éste. En otras palabras, los ornamentos dotan a las obras de arte de su propio espacio: como Derrida lo expresa: “son inseparables a la falta en el interior del ergon. Y esta carencia constituye la unidad misma del ergon” (La verdad de la pintura, 1978).

 

Por lo tanto, parece que el ornamento puede ser experienciado o entendido únicamente a través de su relación con la obra de arte: imaginemos entonces una obra de arte en la que esta proporción Derrideana de obra-ornamento sea subvertida. No me refiero a una obra de arte en la que el ornamento es simplemente reproducido o integrado, como en las famosas pinturas de David Teniers el Joven, los tapices de Fortunato Depero o Le masque vide de René Magritte, entre muchos otros ejemplos. Me refiero a una obra de arte cuyo tema mismo es el ornamento, como si un marco se introdujera en el lienzo y expulsara todo lo demás para hacerse espacio para él solamente: una pintura acerca de un marco, un ergon acerca del parergon.

 

Semejante subversión es el objeto de la investigación actual de Agostino Iacurci. Un trompe l’oeil en un sentido figurativo: no busca engañar el ojo del espectador – la apariencia cuasi abstracta de dichos lienzos juguetones y de colores lisos podrían nunca lograr ese cometido– sino engañar nuestro entendimiento de los límites comunes entre arte y decoración.

TROMPE-L’OEIL

Los ornamentos arquitectónicos mexicanos y las plantas ornamentales son, sin duda, un tema inspirador en el cual ahondar, y una manera original de producir obra durante una residencia artística. Pareciera que el artista, durante esta exploración urbana de la Ciudad de México, se ha concentrado en lo que es comúnmente percibido como marginal, y ha producido obras de arte a partir de eso. Marcos de puertas y ventanas, frisos y barandales de balcones se han convertido así en objetos de pinturas simétricas y coloridas, en donde el marco pictórico coincide con los límites del lienzo, la parte central de la que carece cualquier elemento pictórico enmarcado. Por otro lado, agaves, helechos y cactus se han convertido en esculturas de madera – donde los troncos se asemejan a los barrotes elongados y decorados que Agostino Iacurci observó de algún balcón – que nos recuerdan a ciertas representaciones de flores en madera hechas por el artista futurista Giacomo Balla entre 1918 y 1925.

TROMPE-L’OEIL
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Los ornamentos arquitectónicos que inspiraron el trabajo de Agostino Iacurci son muy distintos a los que Yves Bonnefoy tenía en mente cuando escribía las palabras que introducen este texto, específicamente las decoraciones que vió en Rávena, dentro del Mausoleo de Galla Placidia. En ese caso en específico – como Georges Didi-Hubermann señala en su lectura del ensayo de Bonnefoy – el objeto conceptualizado por aquellos mosaicos, mármoles, ventanas de alabastro y sarcófagos, refieren a la transición entre la vida y la muerte, y a la posibilidad de captar y condensar esa misma transición en un lugar único. Una exposición no es un mausoleo, y una exposición jamás es ornamental. Sin embargo, como hemos visto aquí, una exposición puede ser sobre ornamentos, lo que significa que puede decir algo interesante sobre los ornamentos y, acorde a Bonnefoy, su poder de revelar la esencia de algo. En nuestro caso, ese algo siendo un sentido de identidad de un lugar, a través de sus colores y formas florales o arquitectónicas.

 

Texto por Vittorio Parisi

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